domingo, 11 de marzo de 2012

El Boomerang


El Boomerang
C
orría el año 1,985 con regular resistencia a terminarse, aún Michael Jackson seguía siendo negro y el Papa Juan Pablo II parecía invencible. Fue cuando entre tanto cachivache que se me hacía familiar, tanta parafernalia colgada en las paredes de la casa en donde nos habíamos mudado, que encontré un artefacto que sólo vivía en la TV y en mi imaginación de mis 9 años. Allí estaba aquel elemento arrojadizo, aquel yoyo volador. Allí estaba frente a mí, el boomerang. Pregunté por él a la hora de la cena como si se tratara de un pariente lejano.
—Sí Mauro, ahí está el boomerang, y no lo toques.
—¿Tocarlo yo? —pero si yo solo preguntaba —dije.
Demás estaba que pudiera imaginarlo arrojado sobre el cielo de la vereda y, como a un rey David que le es devuelto como la piedra que mató a Goliat por una mano invisible. Me imaginaba viéndolo regresar a mi mano victoriosa, y yo, rodeado de miradas de envidias infantiles. Como una tribuna callejera sería rodeado por la muchedumbre, la que seguramente se hincaría ante tan virtuoso elemento y reivindicaría mi presencia sobre la vereda de mi casa.
—Yo solo pregunto por el boomerang, no es que quiera tocarlo ¿ok?—respondí luego de mi intervalo en blanco alucinante.
—Te conozco Mauro, tú todo lo rompes, así que "no toques el boomerang" ¿ok?
—ok, ok, ok, no hay problema—dije (hipócritamente).
Al día siguiente, hora del cole, como siempre, levantado a las 5:30am, (dichosa la hora en que se le ocurrió a mi madre ponerme en un colegio tan lejano, eso sin considerar que regresaba a mi casa a las 4:30pm) yo no sé por qué, pero quería vivir en carne propia aquella experiencia de ser el portador del "cayado" antiguo, tener el juguete de moda en medio del patio de recreo, estaba decidido a llevarme ese trofeo que decoraba mi cuarto y que no era mío. Así que...
—¿Me puedo llevar el boomerang un ratito al cole?
—Mauro, ¡ya te dije que no!.
Pero haciendo alarde de mi capacidad persuasiva me inspiré de pronto para sopesar los hechos evidentes y dije:
Es evidente que este juguete está colgado en la pared, y es ocioso tener algo que inútilmente alegre a un niño sin usarlo, ¿no es verdad? y, además, yo soy un niño muy tranquilo y a las pruebas me remito. Nunca me he peleado en clase, ni he traído la nariz rota, menos una camisa desgarrada, sin contar que jamás me he roto un hueso.
Siempre hago caso y guardo silencio, toda la vida me la paso pintando cartulinas o haciendo dibujos en papeles sobre la mesa de la cocina, no sé para qué pudieran tener ese boomerang en la pared sino fuera solo para perturbar mi atención.
Entonces el boomerang me fue prestado y yo creyéndome que era por recompensa a mi bien ponderada disquisición, pero fue al hartazgo de mi parsimonia y la impertinente bocina de la movilidad escolar que venía por mí, eso sin contar con los lagrimones de cocodrilo que acompañaron mi discurso.
Y fue así con mi trofeo en mano, que subí a la movilidad escolar, todos miraban el boomerang como si yo hubiera pescado a la mismísima Moby Dick, pude sentarme felizmente a pesar de que mis plumas de pavo real ocupaban demasiado espacio en el asiento, y me la pasé diciendo con gran convicción las veces que había arrojado temerariamente aquel boomerang y todas las maneras en que aquel australiano instrumento volvía a mis manos dependiendo del "juego de muñeca" que empleaba.
Me apené luego de que el trayecto al cole hubiera sido tan breve, ya que me faltó el tiempo para explicar a mis admiradores cómo es que se lanza el boomerang para atrapar pajaritos o sacar nidos de los árboles.
Tuve que llegar a clases pero con mi boomerang asomado como un cuello por la boca de la mochila, mis amigos se volvían locos de la intriga, y yo no entendía lo que les ocurría, yo simplemente actuaba como si siempre hubiera estado eso ahí adentro. Llegó la hora del recreo, (yeeeee) mis amigos intrigados y la tripulación de la movilidad escolar que fue testigo de mis hazañas habladas se agolparon alrededor de mí para que les mostrara la agilidad y el "aquel juego de muñeca". Primero, no tuve mejor tino que sostener aquel cuello que salía antes por mi mochila escolar, y haciendo hacia atrás lancé el boomerang casi verticalmente de una manera que hiciera imposible que no fuera a regresar a mi mano, pero eso parecía no congraciarse con las ansias de aquel público, y menos estuvo acorde con mis relatos, y así una y otra vez fui agachando el ángulo de mis lanzamientos. Yo sufría en cada lance, cortando el aire y rezando para que aquel boomerang (que era dueño de mi orgullo y mi bochorno) regresara a mi mano. Así fue que en un lanzamiento algo exagerado, el boomerang traidor se escondió de mí y terminó depositado en una cornisa de un salón de clase cercano. El timbre del recreo terminó por hacerme creer que aquel round lo había ganado el boomerang. No pude concentrarme en la clase, me imaginaba trepándome por las ventanas de los salones intentando recuperar aquella porquería que me había metido en este lío, y más aún tenía que devolverlo sano y salvo. Yo me veía casi de noche, inspirado en la antigua y milenaria leyenda ninja, columpiándome al filo de las paredes, nadando entre las ramas de los árboles para llegar hasta donde aquella cornisa y empuñara ese boomerang esquivo. Pero grata fue mi sorpresa cuando otro silbato anunciaba la salida de clases. Luego de una fatigada faena escolar, el guardián del colegio preguntó dentro del salón, si un boomerang que jugueteaba entre sus dedos era o no de algún alumno presente. Habrase visto! exponiendo mi "cayado sagrado" a los ímpetus de algún avezado que decidiera que, ¡fuera de su pertenencia! Pero felizmente yo me antepuse frente a la clase y caminando en el silencio de mis compañeros, tome con mi mano derecha debajo del filo de la puerta a mi boomerang "es mío, y gracias".
Camino a la movilidad, de regreso, casi jugando, un amigo mío me preguntó, Maurito, ¿y ese boomerang aguanta golpes? claro Javier, mira, y tomé mi trofeo con mi mano y di un golpe seco en un árbol que estaba por emboscarme, un árbol que estaba próximo a la movilidad, un árbol en donde el boomerang decidió rendirse y subdividirse en dos tras el golpe, dividirse como la formación gemelos. Yo no estaba frente al milagro de la vida, sino a la presencia de mi orgullo dividido. (El resto de mi explicación, es historia)
..:: MAuro ::..

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